jueves, 18 de septiembre de 2008
EGIDIO, EL ARTESANO DE TIHOSUCO
Por
Carlos Chablé Mendoza y Marisol Berlin Villafaña
Egidio Dzib Poot es un artesano maya nacido en Tihosuco, Quintana Roo. En sus rasgos físicos lleva plasmado su origen y en su apellido la vocación que le llama a continuar, siglos después de la época clásica de las grandes estelas, el tallado de dioses, animales, de signos de los días, los meses y otros elementos de su entorno.
El método de producción ha cambiado, como la vida maya también se ha ido transformando. Dzib Poot no cincela la piedra de canteras con piedras más duras como lo hacían nuestros ancestros. Ahora, él sigue dando formas al chakmol, a las grecas, a los glifos mayas de los días sobre yeso. Para ello elabora sus moldes y contramoldes, utiliza el silicón, cuando la pieza molde en yeso ya esta seca, el artista hace los detalles con gubias, cinceles y pinceles. De esta sacará luego las copias en cemento blanco que ya secas pulirá utilizando equipo moderno, y por último, toma el barro de la madre tierra y lo embadurna hasta darle el acabado antiguo que tanto gusta a los turistas que se quedan en Cancún y la Riviera Maya. Sus piezas las adquieren los mismos “gringos” que llegan a Quintana Roo en busca de sol, playa, disco y “mexican courius”. Son los que llevan figuras de tortugas, iguanas, perros y “mexicanos”, unos desenfadados sombrerúdos en posición de cuclillas, a los que sólo falta los pongan con la mano extendida en señal de pordioseros, que es el cliché que de México tienen muchos de los visitantes extranjeros.
Los menos, son turistas también, pero más dispuestos a la convivencia con la gente, con su cultura, con lo maya actual, puede que deseen conocer personalmente a Egidio o a gente como él y por eso se adentran en la selva maya cortada por las venas ennegrecidas de las nuevas carreteras y viajan hasta Tihosuco, desde cualquier punto donde se encuentren.
Viniendo por carretera de Valladolid hacia el sur o desde Tulum pasando por los Chunes. Desde Chetumal, Majahual o desde Felipe Carrillo Puerto, pasando por Señor y Santa Rosa, hasta llegar al “lugar de los cinco cerros” se puede hallar el poblado de los guerreros mayas: Tihosuco.
A esos forasteros-amigos que vienen atraídos por el rumor del viento y la leyenda en busca de un tiempo que otros creen acabado, les convocamos a agudizar la mirada, abrir los sentidos para conocer algo de la cultura maya viva en una pincelada de tiempo y espacio en casa de este joven que nos recibe instalado en su taller familiar. Es el penúltimo de seis hermanos nacidos en el rancho San Lorenzo, que se ubica a 8 kilómetros del poblado colonial de Tihosuco.
Su papá D. Emilio Dzib Pat, campesino con un don especial para conocer las plantas, los animales y otros detalles de su entorno, le enseñaba cuando niño trucos de magia que hacían divertida la apacible vida en un paraje de la selva baja del norte de la península. Su mamá, doña Andrea Poot Dzib, preparaba el alimento a partir de lo que tenía a mano y que son los elementos base de nuestra dieta ancestral: maíz, frijol, calabaza, chile, tomate, chaya, frutas y semillas del monte, en ocasiones vestida con carne de animales silvestres y de los cerdos y gallinas de castilla, aclimatados al área maya desde el siglo XVI.
“Empecé a tallar jugando –dice y sonríe nuestro entrevistado-, vivíamos en San Lorenzo y agarraba cualquier rama de árbol para hacer un caballito, un carrito, un perro o alguna otra cosa para jugar. Les daba forma con cuchillo, con la coa con lo que tuviera a mano porque juguetes no habían”
Recordando sus años mozos comentó que su papá le “hacía trucos con monedas o con hilos que se mantenían parados”. Al cumplir los 9 años, sus padres decidieron trasladarse al pueblo de Tihosuco para que sus hijos fueran a la escuela, así es que estudió su primaria en la escuela “Guerra de Castas”, su secundaria en la Técnica número 8 “Felipe Carrillo Puerto” y su bachillerato en el Colegio de Bachilleres de ese histórico poblado, que en 1847 lidereaba don Jacinto Pat.
“En 1998 egresé como técnico contable y como muchos jóvenes de la comunidad viajé a Playa del Carmen en busca de trabajo, hice un año allá pero esa vida no era para mí, regresé para trabajar en un programa de educación inicial en el vecino pueblo de Xcabil y me casé.”
Relató que un día llegaron las promotoras del IQM a invitar a su esposa a un curso para hacer artesanía con yeso, pero ella (Mariana Uc Tuz) no tenía completos los papeles que le pedían, “yo sí, por lo que preguntamos si podía ir en su lugar al curso que impartió Elizabeth Pat Puc de Dzitnup y ¡me aceptaron!”
Egidio aprendió a hacer artesanía en yeso en moldes sencillos. Meses después se acercó al Museo de la Guerra de Castas que conduce Carlos Chan Espinoza para participar en otras actividades culturales y de promoción de sus artesanías, allí llegó cierto día un escultor del centro del país de nombre César Ariza Álvarez avecindado en Cancún. Con pantaloncillo, sin camisa y con sandalias que dejan ver sus pies blancos por el material que ha aprendido a moldear, nuestro amigo cuenta que su amigo César le enseñó de escultura y de decoración, a hacer figurillas y bajo relieves cada vez más grandes y complicados, y él aprendió. Y cómo no iba a ser así, si en la fecha de su nacimiento queda claro que esa es la vocación que trajo: aprender (káansik), educar (kaambal).
En el año 2005 nuestro personaje impartió su primer curso a su comunidad, poco después su esposa y otras mujeres se organizaron para meter un proyecto al POPMI para adquirir herramienta, materiales y que él les enseñaría este trabajo.
La autoridad comunitaria de ese entonces, metió su cuchara y el grupo se dividió. “Unas compañeras se quedaron acá en nuestro taller donde se compraron materiales, herramientas como gubias y maquinaria como la lijadora que sirve para los acabados de las bases, mientras que a otras les dieron un espacio enfrente del museo para trabajar”.
Nuestro interés por el tema hizo que fuéramos a ese espacio para observar lo realizado por ese que pudiera ser considerado el retoño, pero lo encontramos cerrado y lóbrego. Sin embargo, hay la esperanza de que en algunos pueda estar, en germen, otra microempresa artesanal. Además, Tihosuco es así. Una lucha constante de su gente por la vida, una dignidad que a veces se confunde con rebeldía. En sus casas, en la iglesia y en las calles se observan los fragores de la guerra empezada en una fecha como hoy, y eso no se olvida. La llevan a flor de piel.
Los gremios, las fiestas, las milpas, mantienen la vida; el coraje del maya marca el grado de cohesión del pueblo, pero estas que son parte de las redes sociales deben ser reforzadas para que no se corra el riesgo de que la división se siga ahondando y con ello caigan en el olvido las tradiciones, los saberes y la organización, en fin la vida en comunidad.
Tihosuco, Quintana Roo, 30 de julio de 2008.
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